Le dicen el oro rojo y no es para menos: el kilo de azafrán, sin procesar, puede valer hasta dos millones de pesos en el mercado. Sobre el Valle de Calamuchita, Córdoba, existe un emprendimiento que apuesta a este delicado cultivo pensando en su valor agregado pero, además, en su atractivo financiero. Pequeños y medianos inversores de todo el país ven en él un negocio confiable y emergente. Tanta es la confianza que sus productores ya piensan en tokenizar la producción para respaldar, digitalmente, el trabajo en la finca. ¿De qué se trata?
Vayamos despacio y conozcamos a Ivana Amaya y Federico Paak, responsables de Azafrán Mediterráneo, ubicado en la turística localidad de Villa General Belgrano. Comenzaron a cultivar azafrán en 2007 por un motivo bastante particular: la madre de Federico, endocrinóloga, trabajaba en una terapia alternativa para el cáncer de tiroides que requería la producción de flores y bulbos.
Así, ambos aprendieron las características de esta especia, una de las más caras del mundo. Inicialmente -y más allá de abastecer el material para los análisis de laboratorio- la pareja se propuso alcanzar la producción de un kilo de azafrán (crocus sativus). Parece poco, pero se necesitan unas 250.000 flores para alcanzar un peso semejante.
“Ese era nuestro leitmotiv. En ese entonces estábamos solo mi mujer y yo, trabajando en forma muy artesanal y manual, para ver si llegábamos a producir ese famoso kilo”, cuenta a InterNos Federico Paak. Empezaron sembrando en cajones de madera que pedían en las verdulerías y fertilizaban con un palo de escoba que, en sus extremos, soportaba dos regaderas atadas con alambre. La operación permitía una distribución, casera pero efectiva, sobre el surco.
Hoy pueden recordarlo entre risas, pero los primeros meses fueron duros. “No teníamos plata, empezamos muy de abajo. Imagínate que llevábamos y traíamos la manguera porque si me la choreaban no teníamos con qué regar”, cuenta el productor y empresario cordobés. Incluso el factor suerte les jugó una mala pasada. Cuando los primeros bulbos emergieron, las liebres entraron al campo y se comieron todas las flores. “Si estás cagado de hambre, que te pase algo así te da ganas de tirar todo y dedicarte a otra cosa. Pero lo nuestro fue barajar y dar de nuevo”, agrega Paak.
Siga leyendo el contenido exclusivo. Si ya es un usuario, inicie sesión. De lo contrario puede suscribirse a continuación para acceder a todo el contenido exclusivo.